De Worms a Yuste – Carlos V y los herejes, la debilidad trocada en tolerancia (página 2)
La aparente tolerancia que el
emperador desplegó en tierras alemanas no debe tomarse
como patrón para evaluar su postura ante la Reforma, sino
que sólo es un eslabón de todos los territorios que
compusieron sus dominios y en los cuales mostró, con
diferentes matices, su actitud ante
el protestantismo, según las circunstancias le dieron
mayor o menor libertad de
acción.
Su accionar no fue igual en España,
que en los Países Bajos o en el Sacro Imperio Romano
Germánico; en este último, Carlos nunca
pretendió el reconocimiento oficial de dos religiones que
debían convivir, deseaba el unitarismo. Para lograr su
cometido recurrió a las dietas y a la
idea de concilio, porque en el imperio no disponía de una
libertad total de movimiento; su
autoridad
estaba limitada por una serie de trabas de tipo político
que le impedían actuar como quisiera. Para Ranke, a Carlos
no le convenía usar la violencia,
porque los príncipes tenían la obligación de
proceder contra el emperador en caso de enfrentarse éste
con ellos y por la fuerza. El
vaciamiento de autoridad que sufre Carlos no es producto de su
acción de gobierno, sino
que desde el siglo XIV las ciudades alemanas disfrutan de una
independencia
de hecho, en este contexto los emperadores se
elegían de zonas marginales del imperio, por lo que su
influencia estaba eclipsada por la de los príncipes que
gobernaban en un imperio desarticulado; los Habsburgo
tenían escaso poder en
Alemania fuera
de sus dominios, por lo que Carlos V comprendió que nada
podía hacer contra los príncipes alemanes. Es a
causa de tales circunstancias, que socaban la autoridad imperial
que Braudel consideró la política del
César como ambigua a lo largo de su reinado, durante el
cual nunca contó con el apoyo regular del mundo
alemán. De tal situación tenían conciencia, no
sólo el emperador, sino también sus consejeros,
como su confesor Loaysa, y los demás soberanos europeos;.
La necesidad de evitar un enfrentamiento en el campo de batalla
mantiene a Carlos en una posición conciliar, pero se
negó a hacer concesiones a los protestantes, como en la
Dieta de Ratisbona de 1532, donde el emperador rechazó la
ayuda militar que los príncipes alemanes podían
brindarle contra el Imperio Otomano; según la
crónica de Pedro Girón, diciendo más
quería entrar con pocos justos en la batalla [contra
el Turco] que con muchos y herejes; también se le
atribuye al emperador la siguiente frase: "No quiero reyes a
ese precio[el de ceder ante el luteranismo] y he dado
espuelas a mi caballo". La tozudez
que caracterizó a Carlos en materia de
religión
no fue compartida por su hermano Fernando I, el cual en 1526
durante el desarrollo de
la Dieta de Espira, y debido al avance de los ejércitos de
Clemente VII sobre el norte italiano, dirigió un
comunicado en el cual dejaba a libre disposición de los
estamentos el comportarse en materia de religión tal y
como cada uno pudiera responder ante Dios y el emperador, es
decir, según su arbitrio. Las cuestiones teológicas
no impidieron al archiduque de Austria observar cual sería
lo más conveniente para su beneficio temporal, dejando a
la justicia
divina el evaluar el accionar de los príncipes en
relación al dogma. Carlos estaba impedido de tener
está visión sobre los asuntos de gobierno porque
había sido educado en la corte borgoñona con todos
los ideales de cruzada y caballería que estaban quedando
caducos en toda Europa; la
liberación de los Santos Lugares y la cruzada contra el
Turco, de las que tantas veces se había hablado en la
Orden del Toisón de Oro se
encontraban arraigadas en su cabeza. Además, su preceptor
Adriano de Utrecht, futuro Adriano VI, lo instruyó en los
dogmas fundamentales y en el respeto de las
tradiciones del catolicismo romano; esta formación
más medieval que moderna es la que gesta la visión
que acompañará al emperador de por vida, y por la
cual no se permitirá hacer concesiones con los luteranos
que pongan en peligro la supervivencia de su república
cristiana, la Cristiandad; en el César no se encuentra el
concepto de
Estado
Moderno, sino que posee la idea de bien patrimonial y la
organización propias del Medioevo; la cual chocara con
las ambiciones de los príncipes que pretendían ser
soberanos en sus dominios.
En un intento de evitar la consolidación de un
bloque luterano es que Carlos V recurre al Papa para que llame a
un concilio para arrancar la herejía de
raíz. Considera que si el Obispo de Roma rechaza tal
petición, que cree justa, Alemania estará en
peligro de separarse bajo un Cisma. Es claro en el pensamiento
carolino el temor a un cisma, porque haría temblar las
estructuras de
poder conocidas y pondría en clara desventaja al emperador
respecto de los soberanos alemanes. El César fomentaba la
postura conciliar, en detrimento del llamado de una dieta que
convocara a los estamentos alemanes para evitar que, al estar en
contacto, se fortaleciera el partido luterano. Pero ante un
Clemente VII que no estaba decidido a complacer al emperador,
Carlos V debió comenzar a pensar en la posibilidad de
ceder ante los príncipes reformistas para poder concentrar
sus esfuerzos en defender las fronteras de sus dominios. Al
año siguiente, la injerencia del emperador en los asuntos
internos de los estados alemanes se vio gravemente cercenada con
la ordenanza del Código
Penal, el cual era un derecho penal
unificado que procedía de la vieja tradición del
derecho alemán; los asuntos netamente alemanes descansaban
en los Estados, el gobierno en el rey. En la dieta de Espira de
1544 y ante la necesidad de paz en sus territorios para
enfrentarse a Francisco I el emperador ordenó que
ningún estado alemán pueda invadir a otro por
cuestiones de religión o ejercer presión
sobre sus súbditos. En este dictamen podemos observar, al
igual que en lo dicho por Fernando I en la dieta de 1526, un
bosquejo de lo que materializará en Augsburgo con el
cuius regio, eius religio en 1555. La medida tomada por el
emperador permitió la victoria de las tropas imperiales,
materializada en la Paz de Crepy el mismo año. Y
sólo al encontrarse debilitado o derrotado cuando las
medidas "tolerantes" comienzan a ser tenidas en cuenta por el
emperador.
El César siempre intentó a lo largo de su
acción de gobierno evitar un enfrentamiento bélico
dentro de su imperio, siendo más partidario de las medidas
pacificas. Consintiendo el uso de la fuerza cuando ya se
habían agotado las instancias de acuerdo. Sólo al
ver que los tratos conciliatorios no fructificaban en la
pacificación territorial es que Carlos consideró
utilizar sus ejércitos contra los hereticales alemanes.
Durante el año 1546 Carlos desiste del camino conciliador
no conseguiría nada al ver que […] Los esfuerzos
de los príncipes alemanes tienden a dejar sin armas a la
autoridad imperial […], esto lo decide a atacar a los
protestantes, personificados en el elector de Sajonia y el
landgrave de Hesse, los cuales si se presentaban en la
dieta de Ratisbona de 1546 serían arrestados y si no lo
hacían luego de convocados el emperador tomaría las
armas contra ello; acción que justificaba por medio de la
defensa de la verdadera fe, a la que los alemanes había
rechazado. Este era el mayor merecimiento que un pueblo
podía tener para sufrir una guerra justa,
defender la verdadera devoción cristiana; y como el
emperador consideraba que el capitán de sus
ejércitos era Jesucristo y él solo su
alférez, debía obrar la voluntad divina y atacar a
los herejes.
Al margen de este sentimiento de cruzada y
predestinación que albergaba Carlos V, la situación
en la cuenca del Mediterráneo era propicia para emprender
una guerra contra los herejes alemanes, ya que la paz con sus
tradicionales enemigos, franceses y turcos, dejaron sus
ejércitos en libertad de consolidar su poder en el
interior de sus dominios. Carlos necesitaba la paz con sus
tradicionales enemigos debido a la carestía de tropas que
sufría, las cuales no alcanzaban para defender todo su
basto imperio y a la vez pacificar el interior del mismo. El
propio Emperador veía que la situación en Alemania
se agravaba día con día como se lo comenta en una
carta a su
hermana María. El César está decidido a
llevar hasta las últimas consecuencias la guerra contra
los sacrílegos que durante la mayor parte de su reinado lo
han agobiado; ahora se ve con la fuerza necesaria para poder
acabar con estos cismáticos. Parece cierta la frase que lo
describía como un hombre cuya
[…] cólera […] no cesa hasta que
haya ocurrido una oportunidad de aplacarla con algún acto
de venganza […]: la venganza se concretizará en
la batalla de Mühlberg del 24 de Abril de 1547, que le
dará una clara victoria, deshaciendo la Liga de Esmalcalda
y permitiéndole imponer su voluntad en los aspectos
político y religioso por un corto tiempo. Ante
el triunfo logrado, Carlos V escribe una instrucción
dirigida al regente Felipe, futuro Felipe II, diciéndole
que al fin se han corregido los errores en los que había
caído el pueblo alemán y espera que se avengan a
acatar y participar del Concilio de Trento; tal revisión
del dogma católico se concretó gracias al apoyo de
Pablo III.
En 1552 debió volver a enfrentar a sus viejos
enemigos, dejando a su hijo como regente de España, en
Metz donde fue vencido y plasmada su derrota en la Paz de Passau,
que reconoció la igualdad de
condición del protestantismo y el catolicismo en el
Imperio, siendo la formula cuius regio, eius religio la
base de la futura Paz de Augsburgo del año 1555, en la que
se dio forma constitucional a este pacto.
Empero la igualdad de condiciones entre ambas
confesiones, que el Emperador debió aceptar por la fuerza
en el Imperio, no se hizo eco en España y los
Países Bajos, donde el poder de Carlos V era mayor. En
estos territorios actuó sin vacilación. En los
Países Bajos en 1523 se queman en Amberes dos monjes
agustinos, en el momento de elegir a María de
Hungría como gobernadora de los Países Bajos, le
aseguró que sólo estando seguro de su
fidelidad al catolicismo le ofrecería este puesto y la
querría como hermana. Asegurándole que lo que se
tolera en Alemania no se puede consentir de ninguna manera en los
Países Bajos. Para 1555, contemporáneamente con
la Paz de Augsburgo, decretaba que el que ayudara o tuviese las
obras de un protestante sería castigado con pena de
muerte, el hombre con
espada y la mujer
enterrada viva. Es así que se demuestra las verdaderas
intenciones de este emperador que actuaba con la mayor
intransigencia allí donde no había poder que lo
frenase. Por ello en España, donde la Inquisición
había estado funcionando desde el tiempo de sus abuelos,
no tuvo mayores problemas. En
la península para 1520 sólo se conocía que
Lutero era un hereje que se ha levantado en Alemania, pero
para 1521 ya se había prohibido la circulación de
las obras del agustino por territorio español,
decretando la pena de muerte para
aquellos editores que publicaran obras sobre cuestiones
religiosas sin autorización de las autoridades
eclesiásticas. El control del
Estado era tan estricto que Luis Vives llegará a decir en
un escrito dirigido a Cranevelt que tan atados nos tienen
[…] todo es cerrazón y noche. El Carlos, a
través del bautismo forzado de la población y la
investigación de pureza de sangre,
quería lograr la unidad religiosa que le era imposible
concretar en el imperio.
Y será la Península Ibérica el
lugar elegido por Carlos V para pasar sus últimos
años, luego de abdicar a sus títulos y retirarse
vencido de tierras imperiales; de las cuales deslindó los
Estados Borgoñones, para salvarlo de la influencia
luterana. Desde Yuste, Carlos seguirá en pie de guerra
ante las posturas heréticas. En su retiro desarrollo
actitudes
crueles, como el no disponerse para la cena hasta no haber visto
ahorcar a un hereje que había robado una caja con hostias
consagradas. El revés más duro que recibirá
en su vejez
será el surgimiento de focos heréticos en
Valladolid y Sevilla, porque han germinado en su pequeño
reducto de fe, la apostasía lo ha perseguido hasta el
último rincón de sus dominios. Es por ello que en
correspondencia con sus hijos les pedirá el mayor castigo
para aquellos que han perturbado la paz de España y aclara
que debe evitarse todo aplicación de clemencia que
morigere la pena.
Esta devoción carolina, y temor a ofender a Dios,
serás transmitidas a su hijo Felipe II a través de
instrucciones que su Carlos V le dejará para el buen
gobierno de sus reinos, en los
que le aconseja ser devoto y fiel a Dios y la Iglesia, nunca
permitiendo la existencia de herejías favoreciendo a la
Inquisición. Al componer su testamento político de
1548 destacó la defensa de la fe, sobre todo en los reinos
bajo sus ordenes; en relación a los culpables de
herejía aconsejará actuar evitando dar razones
legales a los apóstatas; en lo que respecta a la Guerra le
dirá que lo haga cuando no exista otra vía .los
pedidos de su padre influirán en el accionar de Felipe II
y lo condicionaran, por lo que no se lo debe juzgar como un
soberano intransigente que trata de acabar con todo el trabajo de
tolerancia que había realizado su predecesor; sino que muy
por el contrario es una clara continuidad que exacerba algunos
aspectos de la forma de gobierno de su padre sólo porque
las circunstancias le fueron más propicias, y si
actuó con dureza en los Estados Borgoñones fue para
defender los territorios que consideraba su hogar, y el de sus
ancestros; por lo cual utilizó todos los medios a su
alcance para preservarlos de la doctrina luterana, además
de ser una pieza clave dentro de su política
territorial.
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http://www.cervantesvirtual.com/historia/CarlosV/7_3_bula.shtml
Autor:
Federico Javier Asiss
González
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